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domingo, 12 de enero de 2020

Pato.

Pato, 

Me faltaba esta carta. 
Gracias por otro año juntos. Gracias por el 2019.

Pienso en nuestra relación y a mi mente vienen mil recuerdos. Risas, besos, abrazos, salidas, calor, nuestras manos juntas.
Pero me es inevitable pensar en la otra cara de la moneda. Gritos, heridas, palabras como cuchillos, como balas. Orgullo, indiferencia, discusiones poderosas, quejas, dolor, llanto. 

No sé qué hacer. Cuánto lo he amado, cuánto corazón he puesto en nosotros dos. Y estoy aterrada, porque estoy muy solitaria. No tengo a dónde correr ni con quién. Estoy yo con mis miedos e inseguridades, con visitas que no reconozco, con gente que nunca había visto asomándose en mi vida. 

Hay días en los que intento sanar. Hay días en los que me encuentro destruyéndome, volviendo a las cenizas. Detestando el pasado, y aún así, amarrándome a él. Y se lo juro por mi vida, vida que la misma vida me dio, que me quisiera morir. Y ruego porque fuera indoloro, porque siento que mi espalda no puede más. 

La música me va exorcizando un poco. Y la herida no es herida si no se le echa limón y sal. Si no se cava dentro de ella y luego se empieza a florecer. 

Pato, estoy asustadísima de una vida y de una muerte sin usted. He pintado su cara en todos los rincones. Camino con el recuerdo de su voz todo el tiempo. Siento su aliento, su piel en mi cuello, en mis manos. Y ese es el único propósito que tengo para levantarme de la cama. 

¿Usted cree que sola me pueda ir mejor? ¿O a quién puedo preguntarle este tipo de cosas si se supone que somos mejores amigos? 

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